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Informe Construya N° 67 - Marzo 2010 2ª Quincena

 

El increíble chalet con la vista al Obelisco
 
Rafael Díaz nunca imaginó que su esfuerzo iba a traducirse en un sueño realizado. Cuando sólo tenía 15 años era vendedor en una mercería de la calle Chacabuco y dormía sobre el mostrador del negocio. Díaz era muy empeñoso y su empleador, le solía decir: 'Usted va a ir al paraíso, Rafael, usted tiene un chalecito reservado en el cielo'. 

Al parecer la vida recompensó a Díaz y el vaticinio se cumplió. Ese fue el origen del chalet que se levanta en la cima del edificio de Sarmiento 1113, que se asoma sobre la Avenida 9 de Julio y que tiene como vecina la mismísima punta del Obelisco. Un chalet que no muchos conocen ni ubican.

Sin embargo, ahora está casi escondido bajo carteles publicitarios. Son pocos los ángulos desde los que se lo ve. Cada tanto, algún peatón que cruza la gran avenida cree descubrirlo. '¿Y eso? ¿Qué loco hizo un chalet ahí arriba? ¿Quién vivirá ahí?' Y no, vivir ya no vive nadie. Ahora funcionan oficinas. Pero hace muchos años sí... 

La idea de tener una casita en el cielo obsesionó a don Rafael. Y no quiso esperar hasta la otra vida. Un día él iba a tener un edificio de diez pisos -en el que sólo se vendieran muebles-, coronado por un chalet normando como uno que había visto en Mar del Plata. 

En 1927 terminó de construir su sueño. Inauguró Muebles Díaz, que se convirtió en una de las grandes tiendas de Buenos Aires. Todo el mundo la conocía como 'la mueblería del chalecito'. Mónica Abal de Schiavon, cuenta que su bisabuelo decidió hacer una sucursal de la casa. 

Vivía en Banfield. No podía volver a almorzar: entonces, creó allí un segundo hogar. Comía en la primera planta. Hacía una siestita, ni muy corta ni muy larga, y volvía a trabajar. 

Su chalet no sólo rascaba la panza al cielo. En días claros, permitía ver la costa del Uruguay. Le gustaba mirar la ciudad. Desde esas ventanas, don Rafael vio cómo levantaron el Obelisco en 1936. También fue testigo de la apertura de avenida más ancha del mundo. Nada de eso estaba cuando él llegó.

Hoy, para llegar al chalet hay que subir por ascensor. En la planta baja funciona la administración del edificio, y en el primer piso, oficinas con alfombra gris y muebles modernos. El techo es de teja francesa. El comedor conserva el bow window con vitrales. Sobrevivieron las baldosas con arabescos del baño.

Al último piso se llega por una escalerita de caracol. La esencia de la casa se mantiene. Los ventanales enmarcan una vista única. Es posible estar bajo el techo a dos aguas de un altillo y mirar cara a cara la punta del Obelisco.

En la terraza se mantiene una decena de maceteros repletos de flores, una pincelada de cómo se vería cuando don Rafael la convirtió en un jardín donde se exponían muebles de exterior.

Cuentan los nietos que en los años 40 y 50 el negocio fue una de las mayores mueblerías de América latina. La decadencia llegó cuando las grandes tiendas por departamento dejaron de ser iconos de Buenos Aires.

Don Rafael falleció en 1968. El negocio quedó en manos de sus hijos y, hacia fines de los años 70, los pisos se alquilaron para otros usos pero con el auge de los carteles lumínicos, y la construcción del Hotel Caesar Park, el pequeño gran chalet, quedó casi tapado.

Por años estuvo abandonado. Y oculto. Fue sede de una agencia de modelos y el laboratorio de un fotógrafo. Es un ícono de la Buenos Aires insólita.